miércoles, 12 de abril de 2017

Madrugadas apostados en un balcón que apesta a vino


La clarida está en un poema
que desconozco o he olvidado.
La claridad está escondida
en una máquina de escribir
perfectamente oxidable.
Hombres ingobernables bailan
destrozando el tiempo.
Hombres sedientos caminan sobre el asfalto
crepitando como si fueran bolas de fuego
y la ciudad estuviera a punto de arder.
Lozano y los chicos caminan
por una ciudad inmóvil.
Calles gélidas como cubitos de hielo
van derritiéndose a nuestro paso.
Hay fuego y nadie sabe qué ocurre en Groenlandia.
Laura y los chicos brindan bajo este invierno
y no hay quien les cale los huesos.
Beben y fuman y charlan
y no existe un día posterior, no hay sol,
solo noche envuelta en llamas
sobre las calles gélidas
mientras los ingobernables
brindan con gin tonic y bailan y son felices.
Los Kundalini han iniciado el seísmo
y brillan todas nuestras estrellas
y no hay farolas suficientes para ocultarlas.
Beben, comen y fornican
en la ciudad de provincias y aún no ha llegado
el momento de pararles los pies
y suena un piano que nos recuerda
que la claridad se esconde en un poema
que desconocemos o hemos olvidado,
que la claridad se esconde
en una noche perfectamente oxidable.

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