martes, 9 de junio de 2009

Los zapatos de Lucía.

Lucía iba perfectamente conjuntada con esa masa roja y negra que se apropiaba de la calle Frankie Walcoht como un río de lava. Seguía el paso decidido del resto de compañeros y su boca tronaba con una alegría desbocada al mismo ritmo que las del resto.

Todos ellos parecían estar sedientos y cada pupila parecía respirar fuego. Ahora es indudable, que se estaban aproximado a la plaza Trinidad. El destino de todo lo que fuese rojo y negro estaba allí, con ellos. En plaza Trinidad, sin embargo, nada estaba con ellos. Aunque en ella siempre se fumaba rojo, se olía negro y se masticaba granate. Las farolas estaban decoradas con papel maché, las luciérnagas revoloteaban a su gusto y los balcones habían sido reclamados por una comisión parlamentaria de gatos en celo.

Lucía paró un segundo a abrocharse los cordones. Puso su mano como apoyo en una furgoneta que parecía estar aparcada en el mismo lugar desde hace años. Tras corregir esa tendencia odiosa que tenían los zapatos de Lucía de liberarse sin preguntar a nadie, se encendió un cigarrillo y esbozó una sonrisa destornillarte.

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