domingo, 24 de mayo de 2009

John Reig acababa de llegar.

John había encendido la luz de su apartamento, parecía que le hubiera pasado un tren por lo alto. Mordió una galletita con un esmero algo maniático, sonó el teléfono y aplastó la galletita con todas sus fuerzas, sorbió la cerveza un instante.

En la ventana del apartamento de John, que daba a la plaza Trinidad, había un gato que no paraba de maullar, se acercó a él y antes de echarse a llorar comenzó a pasar su mano sobre el pelaje cobrizo.

El gato continuó maullando.



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